Te
juro que si pudiera sentir por ti,
sentiría hasta miedo pero
se apagaron las luces,
bajó el telón y se escondió porque no le restaban
fuerzas.
Yo me enamoré de aquella sonrisa que nunca descubrí.
Ya no me va
importar si lloras o me escapo a reír,
si hago un berrinche o te vas a bailar.
No me
faltaron pretextos ni me sobraron motivos.
Sólo marcó el abrazo que se quedó suspendido en una mirada.
El
beso que se escapó con una palabra llena de ironía y cobardía.
Es
seguro que si te hubieras quedado un tantito más, ya no hubiera dejado que te
vayas. Es muy probable que a tu lado me hubiera quedado sin treguas ni quejas.
Solo quedarme o simplemente no soltarte jamás.
Entonces
bastó con una verso apagado, una frase cliché de tu armario, tu ego combinado
con mi reproche, mis ganas con tu desgana, tu huida con mi llegada sin avisar.
Ese cuarto vacío con sentimientos apagados, ese brillo que ocultas con un dedo
de idealismo. Las
asignaturas me enseñaron que no debo derrumbar paredes. Que un muro está
perfectamente diseñado para toda ocasión y los caminos no se deben escarbar.
Terminó
el show de tus pretextos, los desfiles de tu falda a ciegas, tus sonrisas con
lujos y brillos, es el fin de mis motivos y versos ignorados, de mis antojos
sin prejuicios, fin de tu cintura y mi locura.
¡Se
acabó la función callejera de tus imprevistos y caprichos!
Sin
comas ni puntos suspensivos el límite llego a su apogeo para implantarse
intempestivamente. Sin embargo, fue un gusto conocerte llenando ilusiones y
corazones, un gusto atreverse sin miedo a perder, disfrutar sin límites ni
pretextos. Un gusto despertar sin miedo a perderse. Un gusto también caerse sin
cuenta regresiva, abrir los ojos y arder de ironía.
Gracias
a ti y a mí.